Querer más… ¿Para tener más?
Es algo que nos enseñan desde pequeños: “¡debes progresar y alcanzar lo que yo nunca alcancé!” Familia que no haya tenido algún debate en la mesa cuando “el niño de la casa” se hace grande y empieza a buscar aspiraciones distintas a las de sus padres, no puede ser una familia normal. El progreso está bien, no tengo nada en su contra,el problema está en que quien nos haya enseñado lo que es el progreso parece habernos educado mal a propósito y algunos están tan convencidos de ese concepto que nos descalifican a los que pensamos distinto.
La cosa es que no concibo el progreso como ese afán de comprar y comprar, de tener más para querer más, que es la tradición hoy día. Y después de lidiar con eso durante al menos cuatro años con el área que elegí como profesión y afición, la electrónica de consumo, puedo decir que estoy saturado y que si eso es progresar, por mi se pueden ir a freír monos al África, que yo me quedo aquí feliz y tranquilo.
La Mentalidad del “Tener tal cosa para ser feliz”
Siempre lo vemos en todos lados y por mi parte lo he criticado, de hecho, no estoy solo, Patricio y otros me respaldan:
Te venden una gaseosa asociandotelá a la “alegria de vivir” y un jabón en polvo al “amor de mamá” y no te dicen cómo son los productos
— Patricio Pitaluga (@pato_pitaluga) July 4, 2013
Comprar puede producir alegría, es algo natural (aunque impuesto por la publicidad) el pensar que tener algo nuevo nos va a hacer un poco más felices, pero la verdad es que esa sensación sólo va a durar lo que tardemos en acostumbrarnos a vivir con el producto en mano, viéndonos forzados a renovar la sensación comprando algo “todavía mejor”. Sí, un vicio, uno que no sólo no nos hace felices, nos destruye.
El problema de tener más para “progresar” no sólo es destructivo a nivel económico por el hecho de que nunca dejaremos de gastar (en la tecnología de consumo no has terminado de disfrutar tu último juguete nuevo cuando ya está “declarado obsoleto”) , también es peligroso en lo personal porque después de ese momentáneo impulso al ego de haber alcanzado a comprar el producto, queda la frustración de saber que pronto estará obsoleto y que, como no, alguien más tendrá ese nuevo juguete que tu quizás no podrás comprar. Así pues, comprar para tener no es progreso ni bienestar. ¿O es que pasar cuatro años pagando la deuda por ese televisor inmenso que sólo alcanzamos a usar un par de noches a la semana nos hace sentir bien? ¿No sería mejor gastar en algo que cubra nuestra necesidad sin caer en una deuda y sin afanarnos de cuándo pasará de moda e invertir ese esfuerzo, tiempo y dinero en algo que realmente nos llene? Al fin y al cabo, en mi opinión el dinero no sólo no compra la felicidad, resulta que…
La Felicidad es mucho más barata… y hasta gratis
Hotel Baños Termales, San Juan de los Morros, Venezuela |
Hace poco viví una experiencia de lo primero, salí de mi viejo celular inteligente porque “me estaba quedando pequeño” y “aprovechando la ganga” me endeudé con uno bastante más potente que me mantendría “al día”. Un par de semanas después, como si fuese por maldad, el fabricante de este nuevo juguete decidió renovar su línea de productos y ya está: mi teléfono está obsoleto de nuevo y ni siquiera lo he terminado de pagar. Así fue como terminé aprendiendo la lección, reforzada por la experiencia de este último punto.
Mientras caminaba por la calle entré en una tienda de accesorios para el mencionado aparato, gastándome una buena cantidad de dinero (en mi país esos accesorios son aún más caros que en otras naciones del mundo) en una carcasa “contra golpes”. Quería comprar un adaptador para el cargador, pues el teléfono es importado y el cargador tiene una toma de corriente distinta a las de la región, pero resultó ser que me había comprometido ese día a salir con mi pareja y decidí que ya había gastado bastante y lo restante sería para pasarla con ella. Esa tarde usé ese dinero sólo para pagar pasajes y me fui con ella a la plaza un par de horas. No fue nada del otro mundo, caminamos un largo rato, hablamos, nos reímos con y de nosotros (y de los demás) y luego volvimos a casa a ver una vieja película en la computadora. Aún sonrío cuando recuerdo ese momento, mientras que el estúpido celular no me saca la misma sonrisa que me sacó durante esos tres días en que fue nuevo.
Aun así insistí, un poco más tarde, anoté en mi lista de compras el adaptador del bendito cargador porque “ya tengo el cargador de mi viejo celular que puedo dejar en el trabajo, el otro lo uso aquí”. ¡Patrañas! La noche anterior una tía llegó a casa y nos invitó a dar unas vueltas. Recorrimos medio pueblo para luego ir a tener nuevamente a la plaza, donde ordenamos unas deliciosas parrillas y algunas bebidas. Fue un muy grato recuerdo que costó un par de billetes menos que el bendito cargador que, a día de hoy (casi dos meses de la adquisición del teléfono) no he utilizado; opté por cargar el viejo a todas partes en mi bolso de trabajo.
En conclusión: La verdadera felicidad consiste en invertir nuestra energía, tiempo y recursos en experiencias o cosas que realmente llenen nuestro espíritu y nos permitan crecer como personas: Una reunión familiar, un viaje solitario o en compañía a la playa, el campo o la montaña, aprender a reparar algo o aprender una nueva receta. Al final el consumismo sólo piensa en las empresas. Claro, todos tienen que comer, pero estoy seguro de que los vendedores no pasarán hambre si dejas de preocuparte por subir cuatro pulgadas en tu televisor por los próximos cinco años y en lugar de eso, te dedicas a consentir más tu espíritu y tu persona y los de aquellos que te importan.
Esposo y padre venezolano. Comunicador, informático y creador de contenidos. Soy un entusiasta apasionado de los electrónicos de consumo y los videojuegos y tengo más de 10 años prestando servicio técnico informático a personas y negocios y ayudándoles a sacar el máximo provecho a sus equipos Windows y Android.
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